martes, 15 de abril de 2025

Introducción al análisis filosófico del cuento

¿Qué puede esconderse detrás de una simple nariz, un espejo o una palabra dicha al pasar?
En esta entrega de Confesiones desde el Hostal del Tiempo, comparto una lectura simbólica y filosófica de uno de mis textos más íntimos y provocadores. A través de un diálogo silencioso con pensadores como Nietzsche, Simone de Beauvoir, Foucault y Sartre, me propongo desentrañar las capas ocultas de una historia breve, pero cargada de tensiones humanas.

Este análisis no pretende clausurar sentidos, sino abrir caminos. Cada símbolo —el cuerpo, el deseo, la culpa, la mirada, la palabra— se convierte en una invitación a pensar el amor, la libertad y la identidad desde otra perspectiva.
Porque escribir es también filosofar con la piel, con la memoria y con los silencios.

Los invito a recorrer este texto como quien se asoma a un espejo: tal vez no se reconozcan de inmediato, pero algo los mirará desde el fondo.

Bienvenidos al símbolo, al cuerpo y al pensamiento.

Oscar Alejandro Jacinto Sánchez


Otro adelanto del trabajo que estoy preparando

-          Podrías decirme si lo que me has dicho es una voluntad o una necesidad.

-          ¿Qué es eso?

-          Es que tu racionamiento parece  resumen de un egoísmo bien pensado…o quieres que me solidarice con tu desconsuelo…

-          ¡No! ¡No quiero eso! No quiero dar pena a nadie…

-          Entonces deja que tu desesperanza se convierta en esperanza…

-          Pero, cómo… ya me estoy volviendo vieja y mi dios está por morir… hasta creo que muy pronto me veré libre de las ataduras del sexo, es decir, trato que esa voluntad que mencionas, no me destruyan tan prontito…

-          Ustedes las mujeres siguen siendo niñas todos los días de su existencia…

-          ¡Pura metáfora!

-          Es que confundes las apariencias con la realidad, y que todo lo presente es siempre presente… ¿Recuerdas a tu perrita? ¿Te acuerdas que le dijiste puta?..¿Se lo merecía?

-          ¡No!

-          Y, ahora, ese presente quieres hacerlo presente, todos los días…

-          Me preguntarás si es por vanidad o necesidad, verdad…

-          Si es por vanidad buscarás las cosas materiales… que no creo, y, si es por necesidad es por temor a la opinión que puedan tener por ti las demás personas, por ejemplo que te digan solterona, o que te digan que no tienes enamorado o…

-          Que estoy acostándome con un viejo que vive con su mujer e hijos…

-          No derroches tus armas conmigo, por favor… ves cómo disfrutas del presente…

-          Es que el mañana no existe… es hoy o nunca…

-          Recuerda que un fruto muy maduro se desprende mortalmente de una planta vigorosa… recuerda que el amor sexual no es una profesión y que debes olvidarte de él antes que cante un gallo…

-          Eso depende solo de mí… te tomaré como mi confesor… además, quiero recordarte que yo siempre he tratado de pagar nuestros gastos a medias, que no te miento, que no me gusta despilfarrar mi dinero y que no quiero un hombre para bastón y, menos, no quiero conocer cuánto gana…

-          ¡Qué raro..!

-          Sabía que me dirías eso…

-          Sí, qué raro… no lo puedo creer

-          ¿Oye, y no te gusta mi naricita?.. Recuerdo que me dijiste que era bonita, ¿verdad?

 

Recordé mi cuarto en Breña, cuando llegué a Lima. Tirado sobre la cama miré al techo blanco y me sentí solo con ganas de llorar, en silencio. Mi estómago vacío. En mi tetera había un poco de agua hervida, y no tenía las galletas que algunas veces sonaban crocantes en mi boca hambrienta. Todo es pasajero, me decía, cerrando los ojos para dormir, pero el estómago es un niño famélico, no entiende nada de la pobreza. Ya pasará, repetía. Ya pasará, seguí repitiendo. Recuerda que papá decía: cuando hay, se come; cuando no, no. Mañana es otro día, pero el hambre no quería entender y recorrió mi cuerpo y se instaló en mi cerebro  y, desde ahí, gritaba y gritaba como barra de un equipo de fútbol.

En una pared del cuarto que aún olía a pintura fresca barata, estaban colgadas mis camisas bien planchadas, dos pantalones oscuros, y, en otro clavo muy cerca colgaba un terno azul oscuro y una corbata roja con tres líneas negras horizontales, terno que me hizo soñar sueños burgueses pero que costó un gran dineral ahorrado por mis padres, y que lo lucí en la fiesta de promoción de la secundaria.

-          Responde, acaso no me dijiste que te gustaba mi naricita…

-          Sí, así es… aún me gusta… tú me atraes, me fascinas, me siento embrujado pero  no quiero actuar al viejo estilo machista, sexista, me entiendes… entiéndeme, por favor…

-          Es algo nuevo para mí…

-          Te quiero decir que no soy un macho obtuso…

-          ¡Por favor..!

-          La mujer no es ama de casa sumisa actualmente y hasta se ha vuelto agresiva, dura, muy dura… me gustaría que ambos, el hombre y la mujer, se den tanto amor hasta desvanecerse en la plenitud de un gran amor, ¿no crees, borrachita linda..?

-          Ves, así eres… ya comienzas a maltratarme

-          Disculpa… recuerda que te he dicho: borrachita linda…

-          Bien, ahora hablo yo: los hombres se han vuelto ambiguos, timoratos, holgazanes… sabes, yo no quiero de ti chocolates, chisitos, ni que seamos Romeo y Julieta, yo no quiero frotarme los genitales contigo, y sanseacabó, no, eso no, ni imaginarlo… lo que yo quiero es sentirme completa con la ayuda del amor…

-          ¡Oh!..

-          Espera, por favor, no he terminado…sabes, quiero ser inmovilizada en la cama por un hombre, un hombre maduro, ya no quiero esperar más, ya no quiero reprimir mis deseos naturales, ya no aguanto seguir mintiéndome por lo caprichos de reglas convencionales que me están matando, que no me dejan ser lo que quiero ser…¿me entiendes?

-          Pero, yo…¿por qué yo?

-          Por mi naricita…¿acaso no fue una señal?.. lo que dije, hombre ambiguo, timorato…ja, ja, ja…

-          ¿Soy tu experimento?

-          Que sea así, si tú lo crees así…

-          ¡Dios mío!

-          Qué Dios, ni qué Dios… Recuerda que nos dijiste que leamos a Sócrates, Nietzsche, el Materialismo Dialéctico… no tengas miedo, porque yo sé que eres un hombre con una hermosa esencia sexual masculina, pero no te aproveches de lo que te diga, mis amigas solteras o casadas me han hablado mucho de ti… y yo me he dado cuenta que las mujeres muy femeninas te atraen, ya sean éstas viejas o adolescentes, o me vas a negar… habla, no te quedes callado...

-          No lo niego. Lo admito. La relación íntima no es lo más importante para mí en esta misión de mi vida, pero hay algo que me paraliza…

-          Dime, dime qué te paraliza…

-          Tengo una gran determinación: la de tener una vida sexual plena con una gran mujer que comprenda que esa relación puede ser sexualmente fuerte pero sin corazón o que me sienta con corazón sensible pero sin pasión sexual plena… ¿entendiste?

-          Sí, claro… entonces, búscate a ti mismo…

-          ¿Masturbarme..?

-          ¿Igual debo hacerlo yo?

-          Entonces, comencemos, sí, comencemos…

-          No, carajo, eso no… unamos nuestra determinación y nuestros corazones para realizar plenamente nuestro don…

-          Espera…

-          ¿Qué pasa?

-          No tengo mi látigo… lo olvidé…

Rabiando se puso en pie, y fue al baño. Daleado sobre la cama me puse a mirarla. Se sacó lentamente su ropa, y se quedó desnuda. Caminó al espejo, y dijo: ¡mierda! Cerré un ojo, y la vi más hermosa: delgadita, espigada, con el cabello que le cubría la espalda, y lo que más me admiró fue sus nalgas tan atractivas, hechas de limón y aceites aromáticos. Sabía que era hermosa, pero no una maravilla. Envolvió su cuerpo con una toalla playera, y se metió ya desnuda a la ducha. Lanzó un grito desgarrador.

-          ¿Quieres ayuda?

-          ¡No!... -me contestó rápidamente- abrí solo la llave del agua caliente, ya pasó… no te invito, porque sé que no vendrás…

Salió de la ducha, silenciosa, envuelta con la toalla. No tenía maquillaje en su rostro, y, ahora, parecía una criaturita, sin estudios, sin sostenes, sin ángeles negros ni miradas pecadoras. Se secó los tiernos pies, y se los calzó con unas medias de alpaca que les llegaban hasta las rodillas. Paróse muy lentamente, y la vi más alta, altísima, aún envuelta en la toalla negra con círculos blancos, y, como una yegua madura, sacudió la cabeza y ¡los cabellos volaron como un velo por el aire. Una gota de agua se introdujo en mi ojo abierto. Untó con aceite su cuerpecito y se puso a secar el cabello. Sentada delante del tocador, acercó su nariz al espejo y comenzó a acariciarla, y se sonreía como niña traviesa quien quiere destruir su linda muñequita.

-          ¡Maldición..!

-          ¿Qué sucede?

-          ¿Quieres sentarte? No salgas de la cama, ahí nomás sentadito…

-          Me gustaría te vistieras, por favor…

-          No te preocupes… no voy a enfermar…

-          Ok.

Me senté, y estiré mis piernas. Su mirada se posó en mi frente, y una simple mueca infantil, me dio tranquilidad. Fue, entonces, que habló tierna pero muy segura:

-          ¿Cuál es el centro de tu vida? ¿Cuál es tu verdadera verdad?

-          Quiero ser feliz…

-          Y sabes qué es ser feliz… me vas a decir que ser feliz es valorar lo que se tiene, es tener paz interior, o, compartir el momento con tus familiares queridos…

-          Pero…

-          Nada de peros, la felicidad tampoco es tener dinero, no estar enfermo o abrigarse con una calefacción. Al diablo con todo eso… Al diablo con tu mujer, si la pones como el centro de tu existencia. No al coito rápido. No al querer ser un amigo superior o al profesional íntegro. Tú debes vivir la esencia de tu vida. Ofrece lo mejor de ti. Tú eres el centro de tu vida, y tus hijos, amigos y esposa confiarán en ti…vive tu verdad… eso, vive tu verdad…

-          ¡Oh!.. lo sabía… sabía lo hermoso que tenías dentro de ti y no me equivoqué…


Reflexión final

Este cuento es más que una historia de deseo, culpa y tensión: es una confesión desde los límites de la libertad y el amor. Su lenguaje directo, casi crudo por momentos, está lleno de ternura filosófica. Los personajes no buscan complacencia: buscan sentido.

Quizá, como lectores, también debamos hacernos la pregunta que cierra el texto:
¿Cuál es el centro de tu vida?



sábado, 12 de abril de 2025

 

Estimado colega:

Recibo su mensaje con aprecio. Valoro profundamente que se tome el tiempo para compartir sus impresiones, especialmente respecto al sentido político que usted ha identificado en mi cuento La primera tarea.

Permítame explicarle que mi intención original al escribir este relato no fue colocar una lente política en la historia, sino más bien construir una narración de redención personal, de lucha interna, de ese tránsito doloroso entre el desencanto y la decisión. Timoteo no es un símbolo político, sino un joven que, ante la desorientación y la presión social, decide levantarse con humildad y dignidad.

Sin embargo, comprendo que todo acto humano tiene una resonancia política, en la medida en que se inscribe en un contexto social y económico determinado. En ese sentido, reconozco que el lector tiene todo el derecho —y el deber crítico— de encontrar en los textos sentidos múltiples, incluso aquellos que el autor no haya previsto.

Aprecio que me haya expresado su opinión con franqueza. Le aseguro que continúo escribiendo con el deseo de comprender mejor al ser humano, desde sus contradicciones, su ternura y su lucha.

Gracias nuevamente por leerme con atención y sinceridad. Le deseo muchas luces en su labor reflexiva y creativa.

Un abrazo cordial,
Oscar Alejandro Jacinto Sánchez

LA PRIMERA TAREA (Versión revisada)

Era su primera tarea. Tenía que cumplirla. Nunca había leído libros de política, pero sus amigos le dijeron que su vida estaba llena de política, de pura política.

Al terminar la secundaria, viajó a Lima, a la Gran Lima, para seguir sus estudios superiores. Se matriculó en una academia preuniversitaria, a pesar de los altos costos. Desde su rincón, miraba de reojo los senos palpitantes y frescos de sus compañeras, las nalgas juguetonas, y se deleitaba con el dejo de las limeñitas mazamorreras, tan amigables como hambrientonitas. Compartía con ellas jugosos dulces anaranjados y galletas saladitas que su madre le enviaba desde Juliaca.

—Mi hijo ha ido a estudiar a la capital, comadrita —decía la madre, orgullosa—. Y nunca le falta nada, porque como ve, yo contrabandeo.

Las vecinas, con miel en los labios gruesos, le preguntaban por su hijo capitalino. Lo llamaban el mazamorrero, el limeñito. Pero ella, vendedora curtida, respondía con sorna:

—Bien, muy bien, ahí le va…

Y se alejaba rápido de esa gente que ya le daba asco, como le confesaba a su hombre, quien se afanaba en poner aire a las llantas del camión.

—Te he dicho que no les hagas caso. Es envidia o quién sabe qué. Pero sé que te lo dicen con ganas de amargarte la vida.

—Ya me tienen harta. Un día de estos van a ver estas indiecitas envidiosas…

—Tu hijo también debe estar sufriendo. Es solo por mimarlo mucho, pero ya veremos, mujer… La vida no es para los cobardes.

Los primeros días tras su regreso a la Ciudad de los Vientos, el joven salía de la cama pasadas las ocho. Hora tardía para los juliaqueños emprendedores. Pero él se quedaba pensando en su vida:

“¿Me volveré contrabandista como mis padres? No me agrada. Quiero tener una profesión y debo lograrlo. No he sido derrotado. Perdí una batalla, pero no la guerra.”

—Mamá, deseo conversar contigo…

—Ahora no. Debo ir a la plaza a entregar mercadería.

Daba vueltas por la casa. La televisión no lo motivaba, los libros escolares no lo distraían. La casa, de cuatro pisos, tenía todas las comodidades que el contrabando puede pagar. De esas casas donde se regalan cincuenta cajas de cerveza en el matrimonio de un compañero de trabajo.

—Papá, ¿me podrías dar una propina para comprar libros?

—Ahora no…

Un día salió a dar una vueltita por las calles. El frío era intenso. Se abrigó con una casaca forrada en cuero de oveja. Caminaba con timidez, esquivando las miradas de los paisanos. Pensaba:

“¿Por qué regresé? ¡Qué mala decisión! Ya está hecho. No sirve que las uvas estén verdes. No debo desesperar. Todo está en limpio. Muy en limpio.”

Al volver, encontró a su madre contando el dinero del día.

—Mamá, mañana voy a limpiar las ventanas del primer piso…

—¿Para qué? Dile a Nicolás que lo haga.

—Quiero ayudar. Me aburro.

—¡No molestes! ¿Qué te falta? Sal, diviértete con tus amigos.

—Pero, mamá… quiero tener algo de dinero para comprar algunas cosas para mí.

—¿Como qué?

—Libros, por ejemplo…

—¿Libros? ¿Para qué? Yo nunca compré libros, y tengo dinero. Con ese dinero compramos las casas, los terrenos, el ganado. No nos falta nada… ¿o qué nos falta, Timoteo?

—Quiero estudiar, ser profesional.

—Te ayudamos. Te fuiste a Lima y no ingresaste. No es nuestra culpa.

—Es verdad, pero no estoy derrotado. Me prepararé, y lo lograré sin ayuda.

—¡Mira cómo te sale la maldad contra tus padres!

—No, jamás seré malagradecido. Los quiero. Por eso lo hago…

—Diviértete, hijo. Diviértete…

Tres días después, Timoteo se reunió con dos amigos de la secundaria en un restaurante.

—El día del examen me temblaron las piernas, me sudaban las manos. A mis costados, chicas bien sentadas, con piernas gruesas, quemaditas. ¡Dios, qué senos! Usaban… eso… brasieres, sostetas. Dos horas inacabables. Hoy, en Juliaca, solo recuerdo esas piernas, esos senos… como cartuchos de helado de fresa y chocolate. En el examen… ya me vaciaba. Como la zorra impotente, dije que Lima no me gustó. Mejor el Altiplano, con frío y agua de lago, pero nuestro. ¡Salud!

—¡Bravo, Timoteo! Aquí estamos tus amigos.

Bailando en febrero, Ña Candelaria se olvidó de él. Su pareja quedó embarazada, y su madre, al saberlo, reventó en cólera.

Buscó amigos. Quiso ser contrabandista como su madre, pero nadie lo ayudó. Su hijo nació pidiendo leche. La joven madre sangraba. La madre vieja, colérica, seguía llenando los bolsillos con dinero y rabia.

Ya no quería dinero para libros, sino para leche, pañales, medicinas, para pagar luz, agua y alquiler del cuartito en la cuadra cinco de la calle San Martín, cerca de la comisaría.

Juliana, su pareja, frisaba los diecisiete. Su mirada tierna la hacía aún más joven. Su silencio la volvía casi una criatura. En las noches, mientras dormía al niño, cantaba en quechua una canción de cuna que daba ganas de llorar. El niño se chupaba el pulgar y miraba a su madre como pidiéndole perdón.

—Teo, come esas papitas con queso. No quiero que estés en otro mundo. Hoy mi hermana me trajo una frazada. Ya no tendremos tanto frío. Come, Teo.

—Ya, Ana, ya. ¿Tú ya comiste?

—Sí. Hace rato. El queso está sabroso.

—¿Julito lloró?

—Casi nada. Juega con sus dedos. Hasta parece que cuenta las cosas de este cuarto.

—¿Qué cosas?

—El colchón, dos platos, dos cucharas, nuestra ropa, su sonajita y pañales. Pero pronto ya no podrá contar más. Le faltarán dedos…

—Sí… así será, muy pronto, te lo juro…

—Yo también te lo juro. Come y descansa. Mañana debemos amanecer alegres. Así serán todos nuestros días.

—Juliana, mañana madrugaré. Un amigo me va a dar trabajo. Espero que todo salga bien.

—¿Y a qué hora volverás?

—No sé. Espero llegar temprano para ayudarte con el almuerzo.

—Solo te ruego que tomes desayuno…

—Por supuesto que sí…

Esa noche fue tranquila. El niño no lloró. El silencio era como una advertencia.

Timoteo salió muy temprano. Saludó a paisanos que ya empezaban sus tareas. El frío era intenso. Las luces de los postes parpadeaban. Aún no cantaban los gallos. Los perros, con ojos rojos, dormitaban en las veredas.

—Creí que no vendrías —dijo su amigo.

—No puedo fallarte. ¿Qué hago?

—Esos sacos de papa, ponlos en el trici…

—Ok…

Con esfuerzo, cargó los sacos. Su cara se enrojeció, pero no se desanimó. Acomodó diez sacos en el triciclo.

—Terminé —gritó.

—¡Muy bien, socio! Ahora al dominical. ¿Sabes manejar esto?

—Sí, no te preocupes.

—Perfecto. Espérame cerca de la puerta del estadio viejo. Yo iré en mi camioneta. ¿Está claro?

—Clarito, amigo. Solo espero que no se malogre el trici…

—No pasará nada. Y por la tarde… otra chambita.

—¡Sí! ¡Lo sé!

Timoteo tomó el manubrio del triciclo con fuerza, como si su vida dependiera de ese primer recorrido. Se impulsó por las calles mojadas y frías, sintiendo en cada pedaleo el peso de la responsabilidad. No solo cargaba papas: llevaba sobre sus hombros su primer intento por redimirse, por reconstruirse.

El estadio viejo se perfilaba a lo lejos, y con él, la esperanza. Mientras pedaleaba, pensaba en Juliana, en Julito, en los días por venir. Sabía que esa no era la vida soñada, pero también sabía que la verdadera derrota consistía en no hacer nada.

Y así, con cada vuelta de rueda, Timoteo empezó a escribir su nueva historia, una que no estaba hecha de discursos, sino de actos concretos. Era su primera tarea. Y no iba a fallar.

viernes, 11 de abril de 2025

 

Introducción para el blog:

Una voz joven se abre paso entre palabras, libros y emociones.

En este testimonio, compartido desde la intimidad de una conversación, una muchacha revela su mundo: su familia, sus sueños, sus dudas, su vocación de maestra, y su firme deseo de dignificar el oficio docente. Entre risas, recuerdos, ideales y confesiones, late el espíritu de alguien que quiere transformar su realidad con ternura, lectura y coraje.

 

Publicamos este texto como un canto a la esperanza, a la juventud que sueña y a la educación como fuerza liberadora.

Aquí, donde se mezclan la cerveza, la risa, la lucha y el amor, se alza la voz de una futura maestra que no ha dejado de creer en la dulzura, en el pueblo, y en el poder del conocimiento.

 

 

-Mientras comemos el pollo, podrías contarme algo de ti, por favor.

-¿Qué contarte?

-De ti…

Bien, ahí va… mi hermana estudia en Bolivia, y me dice: Brujis. Es interesante. Le gusta la Medicina y en eso está preocupada. Es bonita y, sabes, es más gordita que yo.

-           ¿Y tiene tu misma naricita?

-           ¡No!- Malo…

Cuando llega de Bolivia y me pregunta sobre mis estudios y quiere saber si tengo enamorado. A veces, me pongo rojita, y me dice:

-           ¡Ah, picaroncita..!

Me tumba sobre la cama, me hace cosquillas, se sube sobre mí y terminamos en el suelo en una sonata de risas y palmadas.

Mi madre, con su delantal blanquito, abre la puerta del dormitorio. Nos ve en el suelo, grita con una alegría de madre cariñosa. Nos paramos rápidamente y la abrazamos y la despeinamos con nuestras manitas risueñas. ¡Qué calor de hogar!

Mi hermano, es odontólogo. Recién ha abierto su estudio. Tiene pocos clientes, pero es un amor de dentista, porque aun sabiendo que necesita dinero para comprar sus libros no cobra a sus clientes que no pueden pagar a un especialista en salud dental.

Yo seré como tú lo sabes una profesora de Comunicación. También me he dado cuenta que mis familiares consideran a los profesores, como simples profesores. La sociedad ha satanizado al Magisterio. Califican a los profesores como borrachos, mujeriegos, ganapanes, etc. Pero yo no creo  lo que dicen y, por eso, se me metió el demonio en mi orgullo y dije, yo seré profesora. Marcharé con el gremio por las calles gritando con toda mi alma: SUTEP. Pediré que reivindiquen en lo social y económico al Magisterio peruano. Leeré y siempre leeré. Compraré buenos periódicos y revistas. Concurriré a las conferencias, a los congresos literarios. Conversaré con los escritores. Llenaré mi alma con dulzura y amor por mis alumnitos. Visitaré lugares históricos. Me encanta ser libre como el aire y libre para contagiar a los demás. Me encanta quererme y por eso doy todo para quererme. Sufro por los niños más pobres que yo. Leí sobre la gran labor que desempeñó Espartaco por sus hermanos esclavos. Gran amor que todo profesor debe sentir por su pueblo. He caminado de la mano con los sofistas. Amo a Sócrates con la fuerza de mi espíritu. Conozco la tarea pedagógica del Medioevo, sus Liceos, sus universidades. Su bendita religión y su maldita guillotina. En mis ojos tengo las imágenes de la revolución francesa y rusa. Igual se me presentan en las noches cálidas los sonidos de los tambores de los conquistadores: Inglaterra, España, Alemania… He leído a Mark Twain, Dostoievski, Shakespeare, Unamuno, García Márquez, César Vallejo, etc. Pero, sabes, me falta mucho, mucho… creo que me estoy volviendo pesada, ¿verdad?

-           No…jamás…

-           Otro día te cuento de mis enamoraditos, si tú quieres…

-           ¡Qué bien se toma cerveza conversando..! – se colgó de mi chalina, y me tragué su aliento.

-           ¡Ah, y te contaré cómo me gustaría  que me hicieran el amor…Ahora yo me siento mal que esté en este estado y bebiendo con una persona muy adulta, pero yo te aprecio y me encanta estar contigo. Verdad. ¿No me crees, verdad?

 

Introducción al relato

Confesión primera: Don Pancho y los peces del diablo

Este relato lo he escrito tal como brotó de mi memoria y de mi corazón. No lo he corregido ni embellecido porque así lo viví, así lo sentí, y así quiero contarlo. Pertenece a esos recuerdos que dejan cicatriz, pero también enseñanzas. Recuerdos de un tiempo donde la palabra del abuelo era ley, donde el mar nos daba de comer… o nos lo quitaba todo.

Aquí no hay héroes perfectos ni villanos de novela. Hay gente. Gente de carne y hueso. Como tú, como yo. Como tantos que hoy ya no están, pero que siguen vivos en cada historia que nos atrevemos a contar.

Publico este texto sin miedo a las críticas injustas, porque he comprendido que escribir es también resistir. Resistir el olvido, resistir el silencio, resistir el miedo.

Te invito a leerlo con el alma abierta.

Oscar Alejandro Jacinto Sánchez

Estaba en silencio. No podía creerlo. Ella llevaba la batuta. Estaba alegre porque sus ojos y sus manitas se movían locamente. Razón tenía mi abuelo Pinganilla. Tienes que ser perseverante hasta la victoria final.

La cabeza pequeña de mi abuelo se perdía entre anchos hombros. Su contextura era gruesa. No era tan alto, pero su voz gruesa e impositiva daba mucho miedo. Todo animal que criaba era de raza. Chanchos grandazos que parecían burros. Los perros gran danés asustaban a los clientes que llegaban a comprar mondonguito a su pareja doña Eudoviges. Era una mujer callada, y todo lo que el abuelo decía la pobre mujer corría para cumplir las órdenes que don Pancho le daba.

Trabajaba como capataz de la familia Dall Orzo. Montado en un caballo blanco muy alto. Don Pancho se creía dueño de esas tierras que él cuidaba. No permitía que nadie cruzara por eso lares. Algunos le decían El diablo, por su maldad.

-          Señores, es mi trabajo y yo lo cuido, por eso me pagan. Ni ustedes ni mis familiares van a impedir que cumpla con mis deberes. Ya saben, carajo. Nadie me va a venir a joder…

Un día el mar embraveció, y los pescadores artesanales no podían ni debían salir a pescar. En el muelle los estibadores y lancheros tampoco trabajaron. Los trabajadores se pusieron a tomar chicha y se emborracharon. Al día siguiente, el mar seguía bravo y los lancheros y estibadores seguían bebiendo chicha, pero ahora la fiaban. Los jóvenes nos dedicábamos a ir al colegio y, por la tarde, a jugar pelota.

Pasaron así tres días y las madres de familia ya estaban preocupadas porque escaseaba el pescado que era el sustento principal. No ingresaba dinero y sólo salía para la chicha y algunas cervezas. La situación económica estaba poniéndose color de hormiga. Ya no había pescado salado en los mulos. Los pescadores miraban desde los cerros al mar que no bajaba la marea. Los rostros estaban hinchados y con un color negro marrón.

-          Oscar, vamos a tirar atarraya a los pozos de Dallorzo.

-          Estás cojudo…mi abuelo nos mata.

-          No pasará nada…vamos le diremos que nos permita cazar unos cuantos pescaditos y nada más.

En esos pozos había mojarras, cholcoques, bagres, lifes. Peces muy apetecibles. Comer unas panquitas de lifes era para chuparse todos los dedos. Los cortaban en pedacitos. Les ponían cebollita de rabo picada. Mantequita. Ají rojo y amarillo, vinagrito de Castilla, culantrito bien verde y otros condimentos que servían para darle el gusto exquisito. Los embalaban en pancas de choclos y, sobre carbones rojos y ardientes, se cocían.

-          Vamos…llevas tu atarraya y si pasa algo, él, tu abuelo, te la devolverá.

-          Ël siempre ha dicho que no le interesan los amigos ni familiares.

Montados en sendos burros fuimos a los terrenos de Dallorzo. Alegres, bulliciosos. El sol estaba encima de nuestras cabezas, pero íbamos a pescar para traer pescadito para el almuerzo, abuelito.

-          Qué abuelito ni abuelito, fuera de aquí.

-          Soy Oscar, hijo de tu hija Inés…

-          ¡Qué Inés de mierda! –gritó el abuelo sin bajarse del caballo

-          Estas atarrayas quedan conmigo y váyanse antes que les meta el caballo…

Salimos disparados.

-          No te dije que mi abuelo era un maldito.

-          ¡Es una mierda!

 

 


jueves, 10 de abril de 2025

-xausy

 La esperó muy ansioso en el restaurante ubicado  cerca del centro comercial San José. Durante la noche, Juliaca se llenó de rayos y truenos; la mayoría de los comerciantes cerraron sus negocios y se encerraron temprano en  sus casas. Algunas discotecas recibían a muchos jóvenes deseosos de diversión. Se puede decir que en Juliaca, la Ciudad de los vientos, por estos  días, la vida transcurría normalmente, sin nada que llamara la atención.

Una señora con caderas ensanchadas y envuelta con un delantal crema con manchas rojas de condimentos, se acercó a Julio y, muy oronda, introduciendo las manos en los grandes bolsillos del mandil, le dijo:

- Tome asiento, caballero. ¿Qué le sirvo?

- ¿Qué hay para comer a estas horas?

- Lo de siempre, caserito: tamales, adobo, chicharroncito, caldo de cabeza...

 - Gracias, señora. Espero a alguien. Yo la llamo, por favor.

- Está bien...

Se le notaba nervioso. Llegó a la puerta y estiró el cuello. Acercó la nariz a su hombro derecho y enhaló profundamente y se quedó tranquilo: el aroma del perfume lo acompañaba, lo acompañaba, todavía.

De pronto, un triciclo se detuvo. El triciclista le hablaba amigablemente a su pasajera. Julio, volteó y se puso más nervioso pero corrió hacia el triciclo, y extendió una cantidad de dinero y se la entregó al buen conductor que estaba sonriente.

- Sr., ya me pagó la señorita...

- No te preocupes... llévalo nomás- acentuó Julio y, con alargados pasos, fue hacia Xausy. La talla de ella era casi a la de Julio. Ella se notaba que pesaba más que él. Tenía los labios rojos bien delineados de mariposa enamorada. Llegó a la mesa, y se sentó dejando en otra silla su cartera llena de papeles y cosas que las profesoras usan en su vida diaria.

Sin saber dónde sentarse, Julio dio vuelta a la mesa, y, por fin, se sentó.

-¿Llegó usted temprano? -habló rápidamente la mujer.

-Sí... hace media hora y pensé que no vendrías...Ah, deseas, chicharroncito, hay adobo, tamales, o caldo de cabeza. Tú decides...

- Se me ha hecho tarde, mejor lo llevaré en un táper para mi trabajo, ¿no cree?

- Lo que tú decidas, no hay problema... -Levantó el brazo  a la señora del delantal con grandes bolsillos indicando que se acercara, y, prontamente, la señora llegó toda risueña.

- Ordene, señor. 

- Deseo un chicharrón para que la señorita lo lleve...

- No, no, por favor... prefiero un caldito de pata, para curar esta cabecita que anoche se ha perdido...

- ¿Te has divertido ayer?

. Señor, y para usted, ¿qué le traigo?

- No, nada, sí, nada. 

- ¿Cómo que nada? Coma, usted, alguito, porque está flaquito- dijo la mesera.

- Sí, sí, señora. Tráigale un chicharrón, por favor.

Julio quería correrse. No había pensado eso toda la noche. Quería demostrarle cómo se come. Quería endulzarla con una conversación magistral. Había recurrido a un diccionario de sinónimos y antónimos para cautivarla y envolverla con palabras melifluas hasta sosteneral en un jardín de rosas rojas, de margaritones, de claveles que como saetas se incrustaran en su oído eternamente.

- Le quiero contar alguito que me ha pasado anoche- dijo apresuradamente.

- Cuéntemelo, cuéntemelo...

- Pero, espero que no me califique mal...

- No, no lo haré...

- Bien, sucede que una amiga me llamó por teléfono y me invitó a salir a bailar. Nos fuimos. En la puerta de la discoteca, dos amigos de mi amiga Esther, se acercaron a nosotras y, juntos, ingresamos a la disco...

Julio ya no la miraba con esas ansias de locura como había pensado de ella la noche anterior.

- Como le decía, -continuó la apresurada mujer- fue una loca noche, tan loca que me quedé sola con Samuel, un ingeniero que trabaja en una mina cuya nombre ni me acuerdo. Mi amiga se fue con el otro chico. Pero, ahí nomás le cuento, porque lo otro es mi secreto... pero, ¿qué tendría de malo si le cuento?

- Claro, qué de malo tendría si me cuenta. Hágalo nomás...hágalo...

-Sucede que amanecí en su cama, y creo que me ha hecho el amor. Cuando me levanté, él ya no estaba. Seguro que se fue a la mina.

- Bien, y tú...

- Yo, yo.. ¿qué?

- Si lo denuncio qué ganaría. Ya soy mayor de edad... Y no me acuerdo nada de nada. Ni siquiera, ahora, me acuerdo de qué casa he salido, la dirección... he sido una estúpida...

- ¿Y si sales embarazada?

- Seguro que mis amigas me aconsejarán que recurra a la píldora del día siguiente, ¿usted no cree?

- Diablos, yo...yo...¿qué aconsejarte?

- Srta., aquí está su pedido...

- Ah, señora, véndame una gaseosa de un litro, yo le dejo por el embase, ¿bueno?..no sea malita...- Se paró. Recibió la gaseosa, cogió el táper donde iba el talón de una pata de res, con papas y arroz, y, en una bolsa de plástico estaba calientito el caldo de pata, y salió tan apresurada como entró, sin antes darle un beso en la cabeza de Julio.

- Aquí su chicharroncito para usted, buen hombre.

- Querrá decir, buen cojudo...

- ¿Qué me dijo?

- ¡No!, nada, señora, que me traiga la cuenta, por favor...

La señora le dijo que era cincuentisiete soles. Julio canceló y, como quien se lo lleva el diablo, desapareció. 

- ¡Señor, señor... su chicharroncito!


OSCAR ALEANDRO JACINTO SÁNCHEZ

 🔹 Dr. Oscar Alejandro Jacinto Sánchez

📚 Abogado – Conciliador Extrajudicial y de Familia

¿Tiene un problema legal, familiar o de convivencia?

¿Pensiones Alimenticias?

¿Necesita orientación confiable y con sentido humano?

Asesoría Jurídica personalizada

Conciliaciones rápidas y efectivas

Atención con responsabilidad, experiencia y calidez

Tarifas accesibles para todos

📍 Al servicio de la comunidad con vocación y justicia

📞 Celular: 929 567 095

¡Consulte sin compromiso y encuentre una solución justa y pacífica

martes, 8 de abril de 2025

 CHE

Es tan flaquita que sus huesos huelen a rosas rojas y a margaritones. Ella no lo sabe, pero olí esa fragancia en mi pecho ardoroso. ¿Ves cómo soy hombre de carne y sexo? Esto me convierte en un materialista grosero y ocioso.

 Mi flaquita no debe ser un objeto sexual, no te equivoques. Ella es mi alimento mental. Si algún día llegamos a comprendernos, arribaremos al amor real. Pero eso… es decisión de los dos.

 Creo, como tú, que el amor busca la defensa de los valores. Por eso le digo a ella que no hacemos daño a nadie queriéndonos como nos queremos. Cuando me habla de su perrita que no se enferma, y de su gatito que no tiene hembra, quisiera ayudarle a resolver dicha contradicción. Pero ella debe luchar por la vida de su perrita traviesa y de su gatito pin pin.

 Siempre le he dicho que es bonita e inteligente. Le he dicho que triunfará por su genio indomable y su mirada tierna. He sufrido mucho cuando le decía que buscara otro amor… pero no quería decirle que la amaba. Inteligentemente, ella se daba cuenta de que yo deseaba que me lo dijera primero. Y si ella me amaba, y yo también, entonces, como dos polos positivos, nos repelíamos.

 Y nos reñíamos. Y peleábamos. Para envidia de muchos y alegría de otros. Así hemos pasado por las aguas infinitas del tiempo. Es verdad, te lo juro.

 A veces, en nuestra ignorancia, discutíamos como dos niñitos cuando pelean por un juguete. Es que el juguete es el centro del mundo para ellos, como el amor lo es para nosotros, los adultos.

¡Qué escándalo! Pelear por el amor. Pelear por quién quiere más.

Una botella de vino es deliciosa, pero dos… es peligrosa. Igual el amor: no es solo el centro agradable del mundo; es la esencia de nuestras vidas.

 Yo prometí ayudarla. Si ahora no acepta, me alegraré. Y si acepta, no me alegraré. Esa es la acertada contradicción de un mundo real. No debo ser egocéntrico. Ella tiene su mundo; yo, el mío. Cada uno es libre de amar.

 Si ahora ya no está, no está, pues. Tiene el derecho de volar todos los cielos a su antojo. Es su libertad. Es su mundo.

—Estás llorando sobre la leche derramada —me dices.

Tú también tienes derecho a pensar, amigo… pero no te vayas a matar por mí. Sería un regalo funesto que me hagas. Yo nunca te dije que me amaras. Pero el día que te vayas de este mundo, mojaré el manto de la Verónica con mis lágrimas. Gracias. Dios te bendiga.

Es verdad que caminamos mucho, pero conocemos poco. Es verdad que besamos a muchas mujeres, pero no besamos con amor desinteresado a nadie.

Yo no debo amar a una mujer para que mi madre se sienta contenta, para que mis amigos brinden por los novios, o para que los vecinos digan que somos una pareja feliz.

 Ah, eso sí: no debo aceptar que mi amada sea una marioneta manejada por su madre, sus amigos o sus vecinos. Ella debe ser ella: con su cuerpo flaquito, con sus riñas, con sus gestos de gatita malcriada. No debe ser un maniquí vestido al capricho de otros. Ella debe ser ella, con sus valores, con su dignidad.

Varias veces le dije que me gustaba su naricita bonita, sus labios sedientos, y sus señoritas redonditas. En ese tiempo me preguntaba si sería eternamente para mí.

 Lloraba con mis ojos materialistas y con mi mente egoísta. Felizmente, ya estoy lleno de años viejos y puedo pensar en ella, pero en ella como dueña de su vida, de sus señoritas, y de la libertad de amar a otros labios sedientos… con leche de la razón sexual.

 Lloraba solo, pensando en ese mundo real. Y lo comencé a hacer en el cuerpo de mi flaquita amorosa. Y me gustó. Ella también lo saboreaba.

 —Solo por eso me quieres, ¿verdad? —me decía con su voz apagada por el trajinar del sexo, ocultando su cuerpo acanelado con unas sábanas medio blancas del hostal.

 Yo guardaba silencio, como un pilluelo acorralado con las manos en la masa. Temeroso, avergonzado, arrinconaba mi cara entre sus señoritas temblorosas. Estaba agitado. Sin moral ni vuelo de gaviotas. Triunfante. Regocijado. ¿Amado?

 Ya no tengo sus labios, pero estoy contento, porque sé que ella cuida muy bien de sus señoritas… y de su mundo.

 —Insensible. Alguien la hace transpirar en olas de voluptuosidad, y… ¿y tú estás contento?

—Pero si ella está… ¿qué me queda, amigo?

 Protágoras, amigo, ¿es una falsa percepción?

Nietzsche, maldito amigo, ¿mis sentimientos me engañan?

Sócrates, padre nuestro, me busco y no me encuentro en este valle de llanto y de miseria.

 Ella dice que le engaño, que solo vivo por sus labios húmedos y ardorosos.

 ¿Por qué me prendía de sus labios? ¿Eso indicaba que la quería? No. Es falso. Es el alfil del sexo en una yegua salvaje. Y es exquisito cuando la bestia se tranquiliza en su cuerpo, y se extasía con la lengua en una encarnizada lucha con la lengua mía.

 ¿Y los valores? ¿Y ella? Haciendo sexo con mi lengua, con un ritmo atronador de sus gemidos y pasiones. ¡Oh, idolatrado beso tormentoso! ¡Eres dueño de la envidia humana! ¡Cuánto te extraño!

 Y cuando le preguntaban si se consideraba una prostituta… ¿qué le decía yo?

 —¿Tú, una prostituta? No. No eres una prostituta.

 El gran político Pericles, cuando lanzó la ley de no casarse entre clases sociales, jamás imaginó que se enamoraría de una hetaira famosísima. Esa mujer, como tú, se llamó Aspasia. Ella enseñó a Pericles a hablar en público y a gobernar.

No olvides que tres hetairas causaron la guerra del Peloponeso. Aspasia fue acusada de ejercer la prostitución por las damas “dignas” de la sociedad burguesa.

 Tú, como ella, haces del amor un arte.

 Cuando veíamos algunos CD en la computadora, tú decías:

—Esto ya lo hicimos, ¿verdad? Esto nos gustó más. Pero esto era mejor…

 Y te vanagloriabas, cariño, como una cortesana sagrada.

 En esos momentos creí que habías leído los tratados de Artyanassa, de Filenis y los de Elefantis.

 Alguna vez saliste de la alcoba apresurada, sacudiéndote sexualmente como Friné. Voluptuosa, en un ritmo apocalíptico. Sentía que moría en el sudor de tu vientre. Caían gotitas por tus piernas saladitas de dulzura y amor. No las succioné para no romper tu ritmo.

Y caíste, abatida de tierna lujuria y caprichosa.

 Gozas de muchos encantos. Sentía que habías leído mucho sobre esas hetairas.

 ¿Recuerdas cuando Lais de Corinto, luego de ofrendar una corona de flores a Afrodita, salió desnuda sobre los hombros de hombres impávidos ante su belleza? Así eran las hetairas. Triunfadoras como tú.

 Así siento tus piernas desnudas en mis hombros flacos, cayendo por mi espalda tus gotitas de sudor.

 Platón enseñaba filosofía a Lais. Pero tú, como Lais, filosofas montada sobre este caballo caprichoso y terco.

 Dios te cuide, mi Amazona tierna.

Dulcinea, Dulcinea, qué otro hombre te alejó de mi camino. No te gustaron mis besos, mi bolsillo hueco. Pero, fíjate, mujer, qué abogad...