viernes, 30 de abril de 2021

MADRE

 Basta que una madre vea sonreír a su hijo para convencerse de la realidad de una felicidad suprema . La bondad de la Providencia se muestra por entero en la cuna del hombre. ¡Cuán tiernas coincidencias! ¿Y no serían sino un mero efecto de una insensible materia? Nace el niño, y el pecho que ha de alimentarle está lleno; la boca del tierno convidado  no está armada, para que no lastime la copa del banquete maternal; crece, y la leche se hace más nutritiva; se le desteta, y la maravillosa fuente se agota. Aquella mujer, poco antes tan débil, ha adquirido súbitamente  fuerzas bastantes a soportar fatigas que no pudiera resistir  el hombre más robusto. ¿Qué es lo que la despierta en medio de la noche, en el momento mismo en que su hijo  va a pedir el acostumbrado  sustento?¿De dónde le procede ese tino ingenioso de que anteriormente carecía? ¡Cómo toca, sin romperla, esta delicada flor! Sus inteligentes desvelos  parecen fruto de la experiencia de toda la vida; y no obstante, aquél es su primogénito! El más leve rumor asustaba a la doncella: mas, ¿do están las armas, los rayos y los peligros capaces de intimidar a la madre? La madre necesitaba una alimentación regalada, un traje exquisito, un blando lecho; el más leve soplo la incomodaba: madre ahora, un pan grosero, un vestido tosco, un puñado de paja, la lluvia y los vientos, nada le importan, mientras tenga en sus pechos una gota de leche para alimentar a su hijo, y en sus harapos un pedazo que baste a abrigarle.