martes, 21 de julio de 2020

EL DERECHO DEL TRABAJO SEGÚN SANCHO PANZA


EL DERECHO DEL TRABAJO SEGÚN SANCHO PANZA
«El análisis acucioso de la relación humana entre don Quijote y Sancho Panza no puede ser entendida si no se tiene presente el hecho de que ambos están vinculados por un contrato que asigna a uno la posición dominante que implica el poder de dirección e impone a la otra la obligación de ofrecer la propia prestación en régimen de subordinación», dice José Manuel Lastra Lastra al reseñar el estupendo libro de Loy Gianni, El derecho del trabajo según Sancho Panza (Madrid: Ediciones Cinca, Fundación Jorge Caballero, 2009, 159 pp.). Aquí les dejamos los suculentos pasajes de esta reseña que al final podrán descargar completa en formato PDF.
El caballero de la triste figura precisaba de un Sancho, tenía la necesidad de hablar y pensar en voz alta, sin fingimientos, escucharse a sí mismo, oír el vivo eco de su voz en el mundo. Difícilmente don Quijote habría podido existir sin su escudero.
La relación laboral entre don Quijote y Sancho Panza, suscrita con un abrazo, es una relación viva y viviente. Es objeto de una continua y laboriosa negociación que se enriquece con el paso del tiempo y la inserción de específicas cláusulas contractuales.
Cabe hacer notar que Sancho Panza en diversas ocasiones piensa romper el vínculo contractual para invocar la liquidación de todo lo que le correspondía en virtud de la relación de trabajo, circunstancia por la cual el autor afirma que la esencia de esta relación subordinada no ha sufrido, a lo largo del tiempo, modificaciones sustanciales y que, por tanto, el nexo existente entre don Quijote y Sancho Panza puede considerarse un arquetipo de las formas modernas que a distancia de los siglos se han afianzado.
Los dos protagonistas: amo y siervo, empresario y dependiente, representan los elementos esenciales de la relación de trabajo, personifican a los sujetos que intervienen en ella. Son personajes eternos e indispensables para el derecho del trabajo. Don Quijote es el amo, el moderno empresario; las peculiaridades de la figura empresarial son descritas con precisión en él, pues es quien posee los medios de producción, debe pagar para utilizar el trabajo ajeno. Señala Loy que la figura de Sancho, el trabajador, resulta aún más extraordinaria, subordinado y condicionado por el ambiente circundante con el deber de sostener a Teresa, su mujer, e hijos.
Sancho se atormenta por la incertidumbre de tener que elegir, en cuanto al pago por sus servicios, una retribución a merced o bien aceptar salario fijo. Opta por el sueño de convertirse en gobernador de una ínsula. Cuando finalmente es nominado para ocupar el puesto le asaltan ciertas dudas y no resiste la tentación, por lo que decide preguntar a la cabeza mágica de bronce ubicada en la casa de don Antonio, en Barcelona, “por ventura, cabeza ¿tendré otro gobierno?, ¿saldré de la estrechez de escudero?”. La seguridad a la que aspira Sancho es un elemento constitutivo del derecho del trabajo; éste como sinónimo de seguridad, pero también como posibilidad de cambio, no excluye las ilusiones de promoción social.
El sueño de Sancho es lúcido y consciente, sin embargo, sabe que la riqueza podrá llegar sólo gracias al trabajo y a cambio de mil sufrimientos, por lo que el escudero reflexiona: “entraré en mi casa rico y contento”; Teresa, su esposa, lo increpa y le dice: “sin gobiernos salisteis del vientre de vuestra madre, sin gobierno habéis vivido hasta ahora y sin gobierno os iréis a la sepultura. La mejor salsa es el hambre y como ésta no falta a los pobres, siempre comen con gusto”. En las expresiones anteriores están presentes los extremos de la dialéctica entre la conservación y la innovación; Teresa representa la conservación, la tradición; Sancho es el deseo de cambio.
En otra parte, don Quijote pretende explicar a su escudero la complejidad del sistema social y la justificación de la estratificación social de la época, pero Sancho, demostrando una madura conciencia de clase, rebate declarando su propio credo y convicciones: “dos linajes solos hay en el mundo, como decía una abuela mía, que son el tener y el no tener”. Esta idea de Sancho ha sido concebida en hermosa metáfora por el ilustre profesor de Bolonia, U. Romagnoli, quien frecuentemente expresa: “chi non lavora no mangia, non lia e non é…”
Don Quijote propone a Sancho compartir su propio status social: “Quiero que aquí a mi lado y en compañía de esta buena gente te sientes y que seas una misma cosa conmigo, que soy tu amo y natural señor; que comas en mi plato y bebas donde yo bebiere”.
Hace algún tiempo Jacques Le Golf, en la reconstrucción de la historia del movimiento obrero, utilizaba una atractiva metáfora: «Desde el silencio a la palabra”. Los trabajadores no tenían derecho ni siquiera a intervenir, no figuraban en nada, pero poco a poco fueron ocupando espacios y adquiriendo derechos, conquistando un poder que Le Golf define como el poder de la palabra.
Sancho lucha por ver incorporada una cláusula que le es particularmente importante, la de poderse expresar libremente, sin que su amo se lo pueda impedir. Señala Loy que esto encierra mía historia de siglos del movimiento obrero y sindical.
Más adelante el autor reproduce opiniones de muy destacados iuslaboralistas respecto a la naturaleza contractual existente entre el Quijote y su escudero, entre ellas la del extinto don Manuel Alonso Olea, maestro de todos los laboralistas españoles, quien expresaría la existencia de un doble tipo de relación; por un lado onerosa, con la contraprestacíón de salario que retribuye los servicios prestados, y por el otro gratuita, hija del agradecimiento nacido en el seno de la relación. Para José Montenegro Baca esta relación posee todos los elementos típicos de la subordinación. El distinguido tratadista Alfredo Montoya Melgar menciona que lo que vinculó al Hidalgo y al escudero fue “una relación de amo y criado, sujetos a los que todavía el artículo 1534 del Código Civil español sigue refiriendo con estas viejas palabras”.
A más de cuatro siglos de distancia, esta obra monumental invita a su lectura y reflexión del importante contenido y su riqueza temática, que en muchos de los casos se actualiza en el tiempo presente, en el que aparece en diversas partes del mundo la presencia de un larguirucho caballero y su escudero que, indomables v perseverantes, continúan en la memoria y el espíritu de la humanidad luchando en defensa de sus ideales…

miércoles, 1 de julio de 2020


QUE LA DESESPERACIÓN ES LA ENFERMEDAD MENTAL: Soren Kierkegaard-

El hombre es espíritu. Mas, ¿qué es el espíritu? El espíritu es el yo? Pero ¿qué es el yo? El yo es una relación que se relaciona consigo misma, o dicho de otra manera: es lo que en la relación hace que ésta se relacione consigo misma. El hombre es una síntesis de infinitud y finitud, de lo temporal y lo eterno, de libertad y necesidad, en una palabra: es una síntesis. Y una síntesis es una relación entre dos términos. El hombre considerado de esta manera, no es todavía un yo.
En una relación entre dos términos, la relación es lo tercero como unidad negativa y los dos se relacionan con la relación  y en relación con la misma; de este modo, y en lo que atañe a la definición "alma", la relación entre el alma y el cuerpo es una simple relación. Por el contrario, si la relación se relaciona consigo misma, entonces esta relación es lo tercero positivo, y esto es cabalmente el yo.
Una tal relación que se relaciona consigo misma -es decir, un yo- tiene que haberse puesto a sí mismo, o haber sido puesta por otro.
Si la relación, que se relaciona consigo misma, ha sido puesta por otro, entonces seguramente que la relación es lo tercero; pero esta relación, esto tercero, es por su parte en relación que a pesar de todo se relaciona con lo que ha puesto relación entera.
Una relación así derivada y puesta es el yo del hombre; una relación que se relaciona consigo misma y que en tanto se relaciona consigo misma, está relacionándose a un otro. A esto se debe el que puedan darse dos formas de desesperación propiamente tal. Si el yo del hombre se hubiera puesto a sí mismo no podría hablarse más que de una sola forma: la de no querer uno ser sí mismo, la de querer liberarse de sí mismo; pero no podría hablarse de la desesperación que consiste en que uno quiera ser sí mismo. Precisamente esta última fórmula expresa la dependencia de la relación entera -la dependencia del yo-; expresa la imposibilidad de que el yo pueda alcanzar por sus propias fuerzas el equilibrio y el reposo, o permanecer en ellos, a no ser que mientras se relaciona consigo mismo, lo haga también respecto de aquello que ha puesto toda la relación. Y por cierto que esta segunda forma de desesperación -la de que uno desesperadamente quiera ser sí mismo- lejos de constituir una peculiar especie de desesperación, representa por el contrario una forma de tal carácter que en definitiva todas las formas de desesperación se resuelven y convergen en ella. Por eso si quien se cree personalmente un desesperado, cayendo en la debida cuenta de la desesperación de que es presa y no hablando sin sentido acerca de la misma, como de algo que simplemente le acontece  -algo así como lo que le ocurre al que padece vértigos, que engañado por sus mismos nervios no hace más que hablar de un cierto peso que le echa abajo las sienes, o de algo que le hubiese caído sobre la cabeza, etc. ..., en tanto que tal peso o presión no es en realidad nada externo, sino un reflejo invertido en la propia interioridad- si tal desesperado, repito, pretende con todas sus fuerzas, por sí mismo y nada más que por sí mismo, eliminar la desesperación, no podrá por menos de verificar que a pesar de todo permanece en la misma y que lo único que logra con su enorme esfuerzo supuesto no es otra cosa que irse hundiendo más profundamente en una todavía más profunda desesperación. La discordancia de la desesperación no es una simple discordancia, sino la de una relación que se relaciona consigo misma y que ha sido  puesta por otro; de suerte que la discordancia de esta relación, existente de por sí, se refleja además infinitamente en la relación al poder que la fundamenta.
Porque, cabalmente, la fórmula que describe la situación del yo una vez que ha quedado exterminada por completo la desesperación es la siguiente: que al autorrelacionarse y querer ser sí mismo, el yo se apoye de una manera lúcida en el Poder que lo ha creado.