jueves, 10 de abril de 2025

-xausy

 La esperó muy ansioso en el restaurante ubicado  cerca del centro comercial San José. Durante la noche, Juliaca se llenó de rayos y truenos; la mayoría de los comerciantes cerraron sus negocios y se encerraron temprano en  sus casas. Algunas discotecas recibían a muchos jóvenes deseosos de diversión. Se puede decir que en Juliaca, la Ciudad de los vientos, por estos  días, la vida transcurría normalmente, sin nada que llamara la atención.

Una señora con caderas ensanchadas y envuelta con un delantal crema con manchas rojas de condimentos, se acercó a Julio y, muy oronda, introduciendo las manos en los grandes bolsillos del mandil, le dijo:

- Tome asiento, caballero. ¿Qué le sirvo?

- ¿Qué hay para comer a estas horas?

- Lo de siempre, caserito: tamales, adobo, chicharroncito, caldo de cabeza...

 - Gracias, señora. Espero a alguien. Yo la llamo, por favor.

- Está bien...

Se le notaba nervioso. Llegó a la puerta y estiró el cuello. Acercó la nariz a su hombro derecho y enhaló profundamente y se quedó tranquilo: el aroma del perfume lo acompañaba, lo acompañaba, todavía.

De pronto, un triciclo se detuvo. El triciclista le hablaba amigablemente a su pasajera. Julio, volteó y se puso más nervioso pero corrió hacia el triciclo, y extendió una cantidad de dinero y se la entregó al buen conductor que estaba sonriente.

- Sr., ya me pagó la señorita...

- No te preocupes... llévalo nomás- acentuó Julio y, con alargados pasos, fue hacia Xausy. La talla de ella era casi a la de Julio. Ella se notaba que pesaba más que él. Tenía los labios rojos bien delineados de mariposa enamorada. Llegó a la mesa, y se sentó dejando en otra silla su cartera llena de papeles y cosas que las profesoras usan en su vida diaria.

Sin saber dónde sentarse, Julio dio vuelta a la mesa, y, por fin, se sentó.

-¿Llegó usted temprano? -habló rápidamente la mujer.

-Sí... hace media hora y pensé que no vendrías...Ah, deseas, chicharroncito, hay adobo, tamales, o caldo de cabeza. Tú decides...

- Se me ha hecho tarde, mejor lo llevaré en un táper para mi trabajo, ¿no cree?

- Lo que tú decidas, no hay problema... -Levantó el brazo  a la señora del delantal con grandes bolsillos indicando que se acercara, y, prontamente, la señora llegó toda risueña.

- Ordene, señor. 

- Deseo un chicharrón para que la señorita lo lleve...

- No, no, por favor... prefiero un caldito de pata, para curar esta cabecita que anoche se ha perdido...

- ¿Te has divertido ayer?

. Señor, y para usted, ¿qué le traigo?

- No, nada, sí, nada. 

- ¿Cómo que nada? Coma, usted, alguito, porque está flaquito- dijo la mesera.

- Sí, sí, señora. Tráigale un chicharrón, por favor.

Julio quería correrse. No había pensado eso toda la noche. Quería demostrarle cómo se come. Quería endulzarla con una conversación magistral. Había recurrido a un diccionario de sinónimos y antónimos para cautivarla y envolverla con palabras melifluas hasta sosteneral en un jardín de rosas rojas, de margaritones, de claveles que como saetas se incrustaran en su oído eternamente.

- Le quiero contar alguito que me ha pasado anoche- dijo apresuradamente.

- Cuéntemelo, cuéntemelo...

- Pero, espero que no me califique mal...

- No, no lo haré...

- Bien, sucede que una amiga me llamó por teléfono y me invitó a salir a bailar. Nos fuimos. En la puerta de la discoteca, dos amigos de mi amiga Esther, se acercaron a nosotras y, juntos, ingresamos a la disco...

Julio ya no la miraba con esas ansias de locura como había pensado de ella la noche anterior.

- Como le decía, -continuó la apresurada mujer- fue una loca noche, tan loca que me quedé sola con Samuel, un ingeniero que trabaja en una mina cuya nombre ni me acuerdo. Mi amiga se fue con el otro chico. Pero, ahí nomás le cuento, porque lo otro es mi secreto... pero, ¿qué tendría de malo si le cuento?

- Claro, qué de malo tendría si me cuenta. Hágalo nomás...hágalo...

-Sucede que amanecí en su cama, y creo que me ha hecho el amor. Cuando me levanté, él ya no estaba. Seguro que se fue a la mina.

- Bien, y tú...

- Yo, yo.. ¿qué?

- Si lo denuncio qué ganaría. Ya soy mayor de edad... Y no me acuerdo nada de nada. Ni siquiera, ahora, me acuerdo de qué casa he salido, la dirección... he sido una estúpida...

- ¿Y si sales embarazada?

- Seguro que mis amigas me aconsejarán que recurra a la píldora del día siguiente, ¿usted no cree?

- Diablos, yo...yo...¿qué aconsejarte?

- Srta., aquí está su pedido...

- Ah, señora, véndame una gaseosa de un litro, yo le dejo por el embase, ¿bueno?..no sea malita...- Se paró. Recibió la gaseosa, cogió el táper donde iba el talón de una pata de res, con papas y arroz, y, en una bolsa de plástico estaba calientito el caldo de pata, y salió tan apresurada como entró, sin antes darle un beso en la cabeza de Julio.

- Aquí su chicharroncito para usted, buen hombre.

- Querrá decir, buen cojudo...

- ¿Qué me dijo?

- ¡No!, nada, señora, que me traiga la cuenta, por favor...

La señora le dijo que era cincuentisiete soles. Julio canceló y, como quien se lo lleva el diablo, desapareció. 

- ¡Señor, señor... su chicharroncito!


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Dulcinea, Dulcinea, qué otro hombre te alejó de mi camino. No te gustaron mis besos, mi bolsillo hueco. Pero, fíjate, mujer, qué abogad...