UN VUELO SIN ALAS
I.- INTRODUCCIÓN
En
este Año COVID 19, año de inestabilidad económica, emocional, religiosa,
educativa, y muy fría con la salud y la vida de las personas, la poesía de
Blanca Varela forma un torbellino en la conciencia del lector que tiene la
suerte de explorar esa realidad de sal y amor o de tiempo con soledad.
Al
otro extremo, leer los textos de Blanca Varela, mujer golpeada por el dolor y
la frustración, sin buena dirección y método es una aventura muy arriesgada, pero excitante por la
tendencia surrealista, existencialista, que profesa, y que el estudiante debe
dar ese paso para sentirse mejor en su desarrollo como individuo.. Los
seres humanos desean disfrutar de un mayor bienestar emocional y los poemas
como los de esta poeta influirán en el desarrollo del hacer, pensar y sentir.
II. DESARROLLO
1. BIOGRAFÍA DE BLANCA VARELA
BLANCA
VARELA (Lima, 1926 - 2009)
A
los dieciséis años ingresó a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos para
seguir estudios de letras y junto a escritores de renombre, formaría el grupo
de los llamados "poetas puristas", en contraposición a los
"poetas sociales" de la época. Se casó con el pintor peruano Fernando
de Szyszlo. En París se unió al movimiento existencialista francés. Blanca
Varela, asume el dolor y la frustración de toda realización humana debido al
accidente fatal que sufrió su hijo Lorenzo y llena a su poesía de angustia, de
gritos de dolor y amargura.
2. A MANERA DE ANÁLISIS
Blanca
Varela vivió en Supe:
“Amo
la costa,/ ese espejo muerto en donde el aire gira como loco,/ esa ola de fuego
que arrasa corredores,/ círculos de sombra y/ cristales perfectos”.
Ese
espejo muerto es el mar con olas gigantes alborotadas que juegan haciendo ronda
con la alegría y con la muerte. Un paisaje marino, costeño, donde pasa mucho
tiempo la poeta con sus razones y emociones: Aquí en la costa tengo raíces,/ manos
imperfectas,/ un lecho ardiente/ en donde lloro a solas”.
…el
poema es mi cuerpo/ esto la poesía/ la carne fatigada/ el sueño el sol/ atravesando
desiertos.
En
este comenzar de su vida, Blanca Varela siente que su vida está llena de
imperfecciones, que está vacía, hueca, pero algo como un volcán la empuja hacia
no sabe dónde, como el vaivén de las olas del mar, como el no sé qué de la adolescencia
y, todo eso, la atormenta y, en su soledad, se arropa con sus sueños. Ya hay un
aviso con ritmo poético que alguien le ha escrito en la espalda:
… no
es tuya la culpa ni mía/ pobre pequeño mío/ del que hice este impecable
retrato”
La
poeta ve que ese mundo hermoso de la adolescencia va quedando atrás y que debe
dar un salto cualitativo como mujer; que debe romper con lo que pasa en su vida
y continuar caminando con una realidad más cierta y dejar el desierto que mucho
daño hace a la juventud al sentirse
fatigada, vieja enjuta, y llena de desesperación en su solitaria soledad
mortal; y, en esta paradoja de incertidumbre, siente que la desesperación la
arrastra a la misma y verdadera muerte. Y la adolescente se convierte en madre,
en símbolo del amor. ¡Como toda madre, orgullosa de su prole! Ese adjetivo
“pobre”, es como poner en la cruz del hijo el término INRI de un Jesús en la
cruz de su destino. Dios puso en manos de la mujer y su maternidad las bellas
rosas del amor. Es lo más grandioso que se haya creado en este mundo. Y la
madre seguirá siendo madre eternamente para todos los hijos que trae a la
tierra, y cuando los ve desanimados grita y grita, como lo hace Varela con su
hijo amoroso.
…“Donde
todo se termina abre las alas./ Eres el sol,/ el aguijón del alba,/ el mar que
besa las montañas,/ la claridad total,/ el sueño”.
Como
dulce madre, como profética profesora, enseña que cuando haya problemas
en la vida, no se debe desanimar, no tema, que aún hay que seguir peleando, luchando,
porque así como sale el sol todos los días, siempre habrá problemas y
problemas, y, cuando ya no haya nada más por qué luchar, todavía queda algo,
ese algo es abrir las alas al viento para seguir volando, para seguir viviendo,
y que ese problema solo fue un buen sueño.
Y se
produce la contradicción odiosa, como cuando Segismundo grita: “Yo
sueño que estoy aquí/ de estas prisiones cargado/ y soñé que en otro estado/
más lisonjero me ví…”:
…“digamos que ganaste la
carrera/ y que el premio/ era otra carrera/ que no bebiste el vino de la
victoria/ sino tu propia sal”
Su
amado hijo ganó la carrera, llegó más rápido al cielo. No era esa carrera la
que como madre esperaba de su hijo, de su tierno y añorado hijo. Como madre
quería que la criatura de su entraña,
triunfara en la vida terrenal, sin tener en cuenta lo que señala la religión
cristiana que la muerte es solo el puente para llegar a la vida eterna, bendita
contradicción. Lla madre de hueso y carne, sufre con una simple enfermedad
mortal, la muerte, y se desespera hasta vivir con la muerte en su vida.
…“y
tú mirándome/ como si no me conocieras, marchándote/ como se va la luz del
mundo sin promesas/ y otra vez este prado/ este prado de negro fuego abandonado/
otra vez esta casa vacía/ que es mi cuerpo/ a donde no has de volver”
Recalco,
Blanca Varela, ingresa al pánico, en la desesperación tanto que cree que su
tierno hijo, su gran esperanza, pasará por su lado existencial y que él, el
niño amado, sin mirarla, sin tener ningún interés en ella, seguirá el camino
que su madre jamás quiso que él caminara. Se cree casa vacía, abandonada, que
ya no abrigará a su adorable cachorro infinito.
…porque
te alimenté con esta realidad/ mal cocida/ por tantas y tan pobres flores del
mal/ por este absurdo vuelo a ras de pantano/ ego te absolvo de mí/ laberinto
hijo mío.
La
madre entrega la sabiduría de la vida a su hijo, la que ella conoce, la que
ella vivió, desconociendo que había un mundo muy diferente. Es verdad que vivió
momentos de desesperación, pero la muerte real no la alcanzó. Quería que su
hijo no sufriera esa desolación con la que ella caminó, y hasta pensó que su
hijo ahora muerto jamás llevaría la cruz
que amargamente cargó. Solo le enseñaba amar al prójimo, el no hacer daño a
nadie, y no, como era la realidad cruda, la envidia, la hipocresía, la
desigualdad económica, la injusticia, el enseñar que hay personas que crean el
caos, la desesperación para enriquecerse como está sucediendo con esta actual pandemia,
todo esto son: “las pobres flores del mal”.
…no
es tuya la culpa/ ni mía/ pobre pequeño mío/del que hice este impecable retrato/
forzando la oscuridad del día/ párpados de miel/ y la mejilla constelada/ cerrada
a cualquier roce/ y la hermosísima distancia/ de tu cuerpo/ tu náusea es mía/ la
heredaste como heredan los peces…
Blanca
Varela se siente derrotada por sus enseñanzas, por poner luz en la oscuridad en
las mejillas de su hijo, de su discípulo. ¡Qué sirva de lección a las madres
demasiado amorosas o a los profesores que ocultan la verdadera realidad de las
personas y de la naturaleza.
…aquí
me tienes como siempre/ dispuesta a la sorpresa/ de tus pasos/ a todas las
primaveras que inventas/ y destruyes/ a tenderme -nada infinita- sobre el mundo/hierba
ceniza peste fuego/ a lo que quieras por una mirada tuya/ que ilumine mis
restos/ porque así es este amor/ que nada comprende/ y nada puede…
La
poeta quiere destruir a la desesperación, aceptando la muerte del hijo amado.
Tiernamente, como siempre, pero resignada, lo espera, sí, lo espera como otras
veces, espera escuchar los juguetones pasos infantiles o los seguros pasos de
un joven que ya está madurando, y recibir en sus ojos la cariñosa mirada de su
hijo, como diría, César Vallejo en A MI HERMANO MIGUEL: Oye, hermano, no tardes/ en
salir. Bueno? Puede inquietarse mamá”
…bebes el filtro y te
duermes/ en ese abismo lleno de ti/ música que no ves/ colores dichos/ largamente
explicados al silencio/ mezclados como se mezclan los sueños/ hasta ese torpe
gris/ que es despertar/ en la gran palma de dios.
Reconoce
que su hijo no fue alimentado con una buena educación, especialmente, en lo
ético debido al sistema educativo que rotaba en la marea de la corrupción
social. Sistema en la que el hijo y la madre no tienen la culpa. En medio de
ese caos, de esa desesperación, Blanca Varela, ya más humana y contestaría, pone la vida y el
amor de su pequeño y gran amor en manos del todo poderoso, el gran Dios del
universo. Su desesperación, por fin, terminó, con esta apocalíptica expresión: en la
gran mano de dios.
III. PALABRAS FINALES O CONCLUSIONES.
En
razón de lo que está sucediendo en el mundo, la desesperación, definitivamente, no es edificante ante los
grandes problemas que nos plantea la vida.
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