- ¡ Por la puta madre!
Usaba lentes cuadrados. Y
se le reconocía porque decía: este poquito de cerveza para la tierrita y
arrojaba la cerveza al suelo, con dirección por donde nace el sol. Este otro
poquito para que no se muera, y exparcía con sus dedos delicados y viejos un poco
de cerveza en la bragueta del pantalón: "para que no se me muera" y,
terminaba arrojando unas gotitas de esa bebida en su culo flaco, diciendo:
"para que no sea maricón"... y los amigos aplaudían fuertemente.
- ¿Quién robaría esa
máquina vieja, carajo?
- ¡Dejen chupar tranquilo!
- ¡Qué compre otra con el
dinerito que hoy ha ganado; puede comprar hasta una moto!
- ¿Qué pasa, señores?-
preguntó desde su viejo mostrador el dueño del establecimiento y estiró el
delgado cuello.
- Que usted no cuida las
cosas de sus clientes, y ya se llevaron la bicicleta del Director. Usted solo
se preocupa que le paguen muy puntual, y punto. Así no es, señor.
Y el "Manco", que
no es manco porque él lo dice así, saltó con un gran salto encima de la mesa y llegó a la calle.
- ¡Por la mierda, no hay
nadie..!
La oscuridad de la noche se
imponía con un abrazo amoroso a los clientes de esa tienda. Los tragos ya
habían sembrado la alegría en esos hombres necesitados de compañía y de
chismes. Era un sitio apropiado para la conversación silenciosa llena de
groserías y de sexo y de experiencias recorridas y no recorridas, pero los
tertulianos gozaban con la vulgaridad, la lujuria y los sueños que todo
borracho quiere alcanzar.
Y la noche corrió a los
habitantes de Juliaca a sus casas. Y los borrachos permanecían en esa noche
como si esperaran un acontecimiento histórico grandioso.
Hablaban de por qué nos
habían agarrado de cojudos. De por qué no éramos más prevenidos. De que nos
damos de buenos docentes y mejor estrategas y unos lorchos nos roban la bicla
al pendejo del director y al astuto "Manco".
- ¡Qué carajos, somos unos
cojudos o que mierda somos!
- ¿Es verdad que le han
robado al manquito?
Sucedió que en unas de esas
reuniones de camaradería, salieron de la tienda, con sus traguitos, el
"Toro", el "Negro", Manco, el "Ciego" y el
"Mono". Se dirigían a una tienda que estaba en el centro de la ciudad
de Juliaca. La noche estaba muy fría y oscura. Los amigos conocían el camino y
los tragos amontonaban las palabras en las bocas de esos borrachos, pero iban
bien contentos. De eso, a Dios hay que agradecerle. Es su mundo. Él sabe lo que
hace. Conduce a los hombres y, especialmente a los borrachos por el mejor de
los caminos y de las metas.
Y Dios sabe cuándo los
borrachos deben llegar a sus casas y cuándo deben mear en las horas de este
mundo. Y así fue que la uretra del "Toro" comenzó a rechinar como
bizagra de puerta despintada. Y sin más, dejó a su amiga bicicleta arrecostada
al poste de luz. Y, como buen profesor, se alejó a un lugarcito más oscuro. Y
se puso a orinar. Y fue ese sonido bendito del mear que hizo que su aparato
urinario del "Manco" le provocara el gran deseo de mear. Entonces,
encima de la biciletita del "Toro" puso la suya, que era más grande y
más cara y se acercó como un gran amigo al "Toro" y lo abrazó.
Orinaron muy juntitos. El aliento del "Manco" caía como catarata
sobre la del "Toro". Eran arequipeños de pura cepa. Los demás
borrachos seguían caminando en medio de la calle.Iban muy contentos. Alegres.
Estúpidamente felices.
- Oye, mierda, deja la
bicicleta...
El "Manco" vio
como el amigo de lo ajeno se montaba sobre su cara bicicleta y comenzaba a
pedalear para perderse por una de calles oscuras de la noche juliaqueña.
- ¡Qué pasa, coño!
- ¡Se llevan la bicicleta
del "Manco"- gritó el "Toro".
Quién iba a manejar si
estábamos borrachos. Para qué el "Manco" compra biclas veloces y
caras, que se joda, pues. Y por qué chuccha mean alejados de sus biclas, que se
jodan por cojudos. Y la noche se reía con su risa diabólica en nuestras cabezas
borrachas.
- Pero por una bicicleta,
no vamos a dejar de terminar nuestra noche como Dios manda. Siguieron caminando
bien agarrados de sus compañeras de montar y llegaron a la tienda. La
conversación sólo fue eso. De la bicicleta robada, por meones, por arequepeños
cojudos. Se hablaba de falta de compañerismo y de lealtad. Se hablaba de la
huevadita de bicicleta del "Toro" que era tan pequeñita y que por
culpa de su tamaño se estaba jorobando este gran profesor de educación primaria,
formador de otros profesores que serían mejores que él. ¡Nadie debería hablar
de este gran acontecimiento, como bandera de compañerismo!
- ¿Y dónde está ese
compañerismo, mis queridos camaradas? ¿Dónde está la ayuda mutua? ¿Dónde está
la confraternidad en los momentos que los demás lo necesitan?
- Ciego, no seas vivo,
carajo...
- ¿Comunistas? Ahora quiero
verlos..¿Dónde está el uno para todos y todos para uno?
- Oye, Ciego, esto es
borrachera...no es lucha de clases...
- Qué lucha de clases, ni
qué lucha de mierda...ustedes me ayudarán a comprar otra bicicleta...
- Ciego, no seas pendejo,
tú bicicleta tiene la edad de tu primer polvo, no jodas...
- ¡Yo soy el poder!
¡Ustedes, mi poder legal! Ustedes han sido nombrado por los otros maestros para
que disfruten conmigo.
- Ciego, pero tú te la
llevas toda...
- Sí...Así es...
- Y cuando nos das ese
alguito te invitamos y tú, pendejo, chupas gratis...así no es, Ciego...
- Fácil, entonces...dejen
el cargo, y punto..¡mañana me dejan el cargo!, ya oyeron...- gritó, cogiéndose los lentes cuadrados.
- Tú no nos has dado el
cargo. Ha sido por elecciones, verdad muchachos...
-
¡Así es!- gritaron como niños de primaria los borrachos que comenzaban a abrir
sus ojos soñolientos..
La bicicleta robada era apropiada para él. Tenía una estatura para el tamaño de El ciego. El timón metalíco color acero brillaba en las noches oscuras. Algunas veces la gente corría asustada porque solo veían al brillante acero que escupia centellas en la oscuridad, pero el ciego no se amilaba y seguía su camino muy orondo.
Una noche de las más oscuras y con lluvia, el director, manejando su bicicleta se metió en un charco de agua sucia y levantó las dos piernas para no mojar sus zapatos y las medias, pero no llevaba mucha velocidad , entonces, suavemente, se iba deteniendo, ante la mirada de algunos peatones que estaban arrinconados a la pared protegiéndose del granizo que comenzaba a caer. Entonces, se produjo algo que nadie podía creerle cuando contaba esa anécdota. Sucedió que la bicicleta se detuvo. El ciego estaba bien agarrado del timón. Los peatones sorprendidos de lo que ocurría. Solo una señora grito:
- ¡Ayuden al caballero, no sean malos!
- Él conoce su aparato, Sra.- alguien gritó.
El director estaba serio, pero ya sentía el dolor en su cabeza por los golpes que le propinaba el granizo. Sin inmutarse, tranquilamente, se bajo de la compañera y se fue a cobijarse debajo de un alero del edificio más cercano, y, desde ahí, miraba a su amiga bien paradita y sin temor al granizo, que golpeaba el acero que no dejaba de brillar.
La noche estaba más oscura y, por ratos, se oían los ruidos de los truenos no muy lejanos y el destello de los relámpagos, pero El ciego no dejaba de ver a la bicicleta que seguía bien paradita como centinela de un cuartel.
Después de media hora y cuando ya no llovía, se acercó a la bicicleta, la acarició a su leal amante, sacó un blanco pañuelo y comenzó a secar el asiento de cuero. La levantó del hueco donde se encontraba, la llevó a un lugar claro, la examinó. la levantó y le dio unas pataditas a las dos llantas y como comprobara que estaba en buenas condiciones, levantó la pierna izquierda sobre ella, colocó su trasero y sin mucho esfuerzo la puso a caminar.
- Miren, muchachos- dijo El manco, muy suelto de huesos- No hagan bulla. Ya está la solución.
- ¿Qué sucede?- Habló El negro- Que sea algo bueno, caso contrario, mejor no hables.
- Acérquense- dijo con voz temblorosa- Ven esa bicla, ahí está la solución.
- ¡De qué hablas, huevera de toyo!- dijo El toro.
- Callen, callen- dijo, suavemente, El manco- Ahorita les digo.
Todas las cabezas casi tocaban la madera de la mesa y los ojos estaban fijas en el brazo que se movía sin cadencia. Solo El chato recorría con su inquieta mirada toda la tienda.
- ¡Ya está!
- ¿Qué está? -dijo El negro, casi colérico.
- Disimuladamente, uno por uno, miren allá.
Todos le hicieron caso.
. ¿Y?
- ¡Y, qué, carajo!
-Calladitos, calladitos...
- ¡No jodas!
- Miren ahí hay una bicicleta- Era una bicicleta, sin color, arrinconada en un extremo de la tienda, cerca de la ventana por donde pasaba la luz del poste de la calle.
- ¿Y?
- Que nos la llevamos
- ¿Qué? ¡Nosotros no somos ladrones!
- Diente por diente, así manda la realidad. No sean cobardes. Le han robado al cieguito, y nosotros no debemos permitir tremenda barbaridad- terminó El manco con una mirada llena de sangre.
- Entonces...¿qué hacemos..?
- Ustedes no hacen nada.
- Ya, manco de mierdas, no jodas. Dinos, qué debemos hacer...
- Bien...pero hagan bien las cosas, porque si no, la cagan y nos cagamos...
- Todo está pagado, ¿verdad ?
-Sí, no se debe nada... yo fui el último en pagar. -dijo El chato, ahora muy atento de lo que se planeaba.-
- Bien- Ahora escuchen, porque no volveré a repetir. Yo cojo mi bicicleta...
. Ahora es cojo el manco- dijo El toro
- Escuchen, carajo. Déjate de cojudeces, toro de mierda. Decía, que yo agarro mi bicicleta, me acerco al tendero, le digo que todo está pagado, le hablo algunas cosas, mientras tanto, El ciego coge esa bicicleta que está cerca de la ventana, y sale. Nosotros los esperamos en la tienda que está cerca del Banco de la Nación, y celebramos el triunfo que El ciego llegue a su casa en bicicleta, Ya saben, no demoren.
Y así fue. Llegamos a la tienda, El chato ingresó para cerciorarse si El manco y El ciego ya se encontraban ahí.
- ¡No están!- dijo algo preocupado.
- O estarán en la Comisaría...
- Para mí, ya están en sus casas- dijo El toro, y continuó- Muchachos, mejor nos vamos a casa, ya es tarde. El Ciego se molestará, es cierto, pero, le pasará la cólera por no haberlos esperado. Eso sí, mañana temprano debemos estar en la chamba. Nadie debe llegar tarde. Adiós, yo me voy.- Cogió su diminuta bicicleta, y se fue todo un jorobadito, con su pronunciada espalda inseparable.
Solo unas cuantas personas caminaban por las frígidas calles de Juliaca. Se sentía el frío invernal en los rostros de los amigos que montados en sendas bicicletas se dirigían a sus casas. Las luces de las farolas de los postes apenas alumbraban los pies de los caminantes apurados. Algunos bien abrigados con guantes de lana, chalinas elegantes, sobretodo oscuro, sin mirar a nadie, apuraban el paso, pero sin miedo a asaltos o a cualquier acto delicuencial.
Al día siguiente, cerca ya de las once y media, El Ciego, tocaba las puertas de las aulas donde se encontraban los profesores que la noche anterior estuvieron bebiendo con él, cerveza trujillana.
- Donde la tía Flaca, después de clases. Cuidadito con faltar- Repetía, muy serio, las mismas palabras.
Y llegó la hora. Se podía sentir que todos los amigos habían pasado por la ducha, la colonia y que habían mudado su ropa interior. La dueña de la casa, con la sonrisita tierna y alcahueta de las andadas de sus clientes, saludaba uno a uno a los profesores bien enternados, y les decía: usted se fue debiéndome tres cervezas, o cuatro o cinco, pero todos debían y tenían que deber para poder regresar a la tienda y pagar la deuda. Solo El Ciego no debía, porque nunca pedía. Era una mujer muy contenta porque tenía a los profesores que siempre pagaban puntualmente.
-Debemos curar, me muero de sed- Dijo El Toro.
- No... no...no debemos dar cólera al Ciego... seguro que nos va a ........ por habernos ido, sin avisarle...
- Ni el Manco llega, para mí que están comiendo algo.
- Pero el Manco nunca come nada antes de beber.
- Lo estará acompañando- dijo el Chato.
- Señores profesores, el director vino temprano a la tienda y me dijo que cuando el llegue le entregue a él una caja de cerveza porque quiere tomar con ustedes, y que no les venda ninguna botella- dijo la querida señora Flaca. Introdujo sus manitas en los bolsillos de su mandil, y siguió- También me dijo que arreglara el patio y que cuando el llegara, pasarían ahí, por lo tanto, les ruego, lo esperen...
-¡Qué! ¡Qué el ´Ciego va a invitar!..¡Está loco o esta señora está loca!
- Así me dijo, profesor...solo yo les digo...nada más...¡Estos profesores..!- y se fue al patio, moviendo de izquierda a derecha y de derecha a izquierda sus brazos largos.
-
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