sábado, 24 de octubre de 2020

OJOS DE LA VERDAD

 

 

 

OJOS DE LA VERDAD

El colorido poncho de don Pancho estaba sobre la cama bien tendida por su negligente hija Francisca; una niña de quince años y que, sin sorpresa, comenzaban a crecerle sus senos, haciéndola ver, por su estatura pronunciada, una fruta apetecible para los estudiantes universitarios.

Don Pancho cuando tenía un momento de descanso le contaba a su hija  historias interesantes que según él le serviría a la agraciada señorita para sus estudios superiores y para la vida misma.

-         Así es hija, es para tu bien- le decía.

-         Que yo sea la culpable de la muerte de mi madre, puede ser bueno para mí, papá Pancho?

-         Nunca he dicho que sea tu culpa; solo te dije que tu mamá falleció porque la comadre partera no pudo sacarte normalmente  de su barriguita ya que fue un parto difícil, y eso jamás fue tu culpa.

-         Tú eres muy valiente y cuidadosa, yo lo sé, la familia lo sabe, y lo más importante es que tú lo sabes, y lo has comprendido.

-         Sí, lo sé. Sé que la muerte es también una parte de la vida y que mamá ha ido a otro mundo para seguir una vida llena de paz, que acá no la hay, verdad, papá.

-         Así es pequeña avecita mía.

-         Papá, no me trates así, que me debilitas. Sabes que ya estoy menstruando, que ya me hice mujercita, y que debo cuidarme de los lobos como tú dices de los hombres. Yo te prometo ser cuidadosa porque mi vida es mi vida y que si algo me sucede por no cuidarme es solo mi responsabilidad, ¿No es así como me dijiste?

-         Sí, así es. Trabajaré para que vayas a Puno a estudiar y seas profesional. Bueno, así acordamos con tu mamá y, con tu apoyo, cumpliremos y ella quedará contenta.

Por la noche granizó y, como siempre, el granizo tenía el tamaño de los ojos de una llama despreocupada saboreando las hierbas frescas y olorosas pero bien segura con sus pasos coquetones y el cuello, pero qué cuello, señorial, virreinal, muy hermoso.

La casa de Don Pancho estaba ubicada en Macusani, capital de la provincia de Carabaya, departamento de Puno,  a pocas cuadras de la iglesia, por la ruta que va a la estación de los micros, Patapampa,  que se dirigen a Juliaca. Y, muy cerca, hacia el Oeste, vivía otra familia constituida por don José quien se dedicaba a la minería, trabaja en la mina La Rinconada; la madre, doña Cristina, con su mandil lleno de dinero, era comerciante y trabaja en la ciudad de Juliaca, y un jovencito, Ramiro,  que ya había terminado su secundaria y que se dedicaba a entretenerse con su celular.  Ellos solo estaban juntos el día domingo y se dedicaban a contar el dinero del trabajo y, cuando el joven reclamaba a sus padres que lo apoyaran para que estudiara en Puno alguna carrera, solo recibía esperanzas, ofrecimientos y nada más.

-         Hijo, a ti no te falta nada- le dijo un día el padre. Nosotros trabajamos para ti. Tú solo vive, corre por los cerros, enamora, diviértete con tu celular, visita la estancia y cuida  los animalitos, porque todo esto será para ti. Todo para ti. Ya se acerca la Navidad, cumplirás dieciocho años, y te regalaremos una moto, la mejor moto que en Macusani nadie ha visto. Tendrás la mejor ropa importada, buenas zapatillas y, para el verano, queremos, tu madre y yo, vayas a Mollendo, a la playa. Ves, ten paciencia, ya verás, hijo.

Un viernes, día de plaza, las calles del damero de Macusani estaban llenas de gente. Nadie se miraba, pero sí se chocaban entre sí. Solo tenían tiempo para mirarse de reojo

y les faltaba más tiempo para contar el dinero de la venta de los productos, bienes, del ganado y de las comidas que vendían. En el barrio Túpac Amaru, los viernes era un loquerío,  A la hora del almuerzo, los platos iban por las calles a los puestos de venta y, solo unos cuantos, los recogían de los restaurantes, de los quioscos o triciclos. Este viernes  Macusani despertó  lleno de sol, los ganaderos con sus caros sombreros y sus negras casacas de cuero, se reían a carcajada batiente tomando cerveza bien heladita por el tiempo, y el ganado, en el suelo húmedo, seguían batiendo musicalmente  su boca, sin conocer el destino que le deparaba.

Fue un lunes cuando Ramiro y Francisca se conocieron en un restaurante recogiendo su almuerzo. Se miraron y se dijeron hola cómo estás y recordaron que eran vecinos. Se vieron animados, seguros, y no se puede negar que aceptaron encontrarse el viernes a las cinco de la tarde en la plaza principal.

-         Y tú que has pensado…

-         Que mis padres me tienen casi secuestrado.

-         ¿Ellos a ti..? ¡No! ¡Jamás!

-         ¿Cómo que no?

-         A ver…¿ a quién le pertenece tu vida?

-         A mí- contestó él, apresuradamente

-         Entonces tú eres el que tiene secuestrado tu cuerpo, tu mente, tu vida… No son tus padres

Ramiro, en su cama y en el silencio de la noche, quedó pensativo. Estaba claro, muy claro. Ël es el responsable de su vida, por lo tanto, el único amo es él, no sus padres; además estaba responsabilizando a otros de sus pesares y eso no era digno de tener presente si quería lograr lo que él quería. Y así daban vueltas en su cabeza estos pensamientos. Decía, esta chica es inteligente y sabia. Si es así, por qué no vive en otro lugar, en otros mejores mundos. Yo creo que si viviera en Lima o en la costa, de seguro, sería una buena profesional, como yo quiero ser y que mis padres me lo niegan diciendo que yo tendré mucho dinero que ellos ganan…¡Diablos!..¡Sí! Como no lo pensé antes. Yo podría enamorarla, verdad…¡Qué tonto soy! Me encanta su naricita y si yo le comprara unos vestiditos, la pondría okey, verdad…Claro, sí, y con su propio pensamiento, de sí se puede, de que yo soy dueño de mi propio destino, sí, con sus propias armas, de seguro, la conseguiré, y, como sabe que mis padres tienen dinero, oh, sí, sí…

Pasaron unos meses y el gobierno conminó a la población que permaneciera en sus casas, por miedo a la temible COBID 19. El ejército patrullaba  las calles de la ciudad y los heraldos negros se llevaban a las personas por millares a sus destinos finales. Los negocios medianos y pequeños quebraron; la gente pobre se empobreció más; los políticos, los grandes empresarios extendieron sus redes de la corrupción a grande escala con el grito de los polluelos de la prensa, la iglesia y de los indiferentes. Los protocolos como el distanciamiento social y el uso de las mascarillas que  era la comidilla del día a día superaron los suspiros del corazón y de las rosas rojas.

En la primavera, cerca del edificio del Concejo Provincial, se encontraron Ramiro y Francisca. Sus rostros tenían un color blanco muy pálido, como nieve pisada por ganado. Se saludaron con las cabezas, arriba para abajo. Las mascarillas se movían temerosas y el sonido de las palabras era tenebroso. Ramiro no podía ver esa naricita bonita de Francisca que tanto le gustaba y que tantas veces soñó besándola amorosamente.

-         Es una gran pena y lo siento por ti, que tus papis, hayan fallecido.

-         De igual manera por tu padre- dijo él, y continuó- y qué harás, ahora…

-         Sabes, pensé en ti…

-         En mí...¿pensaste en mí?

-         Sí…Sí…

-         Y qué pensaste de mí, puedo saberlo…

-         Claro, sí… que sin tus padres, debes estar ya preparado para enfrentar la vida solo, solito como antes no lo hacías…

-         Tú me hiciste pensar. Llegaste como un ángel antes de esta catástrofe. Eres mi salvación. Entendí que mi vida me pertenecía, que yo era dueño de mi vida, que yo debería manejarla y, por lo tanto, deberías estar preparado.

-         ¡Oh! ¡Sí!... ¡Qué bien!

-         Entendí lo de la muerte, que es un paso a la vida eterna y que, jamás, debe derrotarme. Y sabes, Francis, que yo quería verte para agradecerte.

-         Lo último que me has dicho, sí que es una estupidez…una verdadera estupidez

-         No, no te molestes, por favor…

-         Sucede que yo no quiero agradecimiento alguno. Te lo dije, porque vi que tu vida no tenía rumbo alguno, cuando ponías a tus padres como barreras para desarrollarte y, eso, sí era malo. Solo tú eres el capitán de tu barco. Si llega al punto de llegada, felicitaciones; pero, si no llega, tú, solo tú, eres el responsable único, y punto.

-         Sí, sí lo entiendo- dijo apresuradamente Ramiro.

-         Y quiero de todo corazón que entiendas esto: ante el dolor y la nada, prefiere el dolor. Debes vivir conforme a la naturaleza, es decir, debes ser social y debes saber razonar. Los andinos somos seres humanos y tenemos también  un lugar en el mundo. Cuida tu mirada. Eres los ojos de la verdad. Recuerda que solo hay un mal, y eso se llama ignorancia, por lo tanto, lee, lee, Ramiro.  ¡Ah!, y ya sabes dónde encontrarme. 

-         ¡Dónde, Francis?  ¿Dónde?..

-         Siempre estaré contigo en tu presente…

Y se retiró con pasos ágiles, acomodándose la mascarilla.

 

 

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