OJOS DE LA VERDAD
El colorido poncho de don Pancho
estaba sobre la cama bien tendida por su negligente hija Francisca; una niña de
quince años y que, sin sorpresa, comenzaban a crecerle sus senos, haciéndola
ver, por su estatura pronunciada, una fruta apetecible para los estudiantes
universitarios.
Don Pancho cuando tenía un momento de
descanso le contaba a su hija historias
interesantes que según él le serviría a la agraciada señorita para sus estudios
superiores y para la vida misma.
-
Así
es hija, es para tu bien- le decía.
-
Que
yo sea la culpable de la muerte de mi madre, puede ser bueno para mí, papá
Pancho?
-
Nunca
he dicho que sea tu culpa; solo te dije que tu mamá falleció porque la comadre
partera no pudo sacarte normalmente de
su barriguita ya que fue un parto difícil, y eso jamás fue tu culpa.
-
Tú
eres muy valiente y cuidadosa, yo lo sé, la familia lo sabe, y lo más
importante es que tú lo sabes, y lo has comprendido.
-
Sí,
lo sé. Sé que la muerte es también una parte de la vida y que mamá ha ido a otro
mundo para seguir una vida llena de paz, que acá no la hay, verdad, papá.
-
Así
es pequeña avecita mía.
-
Papá,
no me trates así, que me debilitas. Sabes que ya estoy menstruando, que ya me
hice mujercita, y que debo cuidarme de los lobos como tú dices de los hombres.
Yo te prometo ser cuidadosa porque mi vida es mi vida y que si algo me sucede
por no cuidarme es solo mi responsabilidad, ¿No es así como me dijiste?
-
Sí,
así es. Trabajaré para que vayas a Puno a estudiar y seas profesional. Bueno,
así acordamos con tu mamá y, con tu apoyo, cumpliremos y ella quedará contenta.
Por la noche granizó y, como siempre,
el granizo tenía el tamaño de los ojos de una llama despreocupada saboreando
las hierbas frescas y olorosas pero bien segura con sus pasos coquetones y el
cuello, pero qué cuello, señorial, virreinal, muy hermoso.
La casa de Don Pancho estaba ubicada
en Macusani, capital de la provincia de Carabaya, departamento de Puno, a pocas cuadras de la iglesia, por la ruta
que va a la estación de los micros, Patapampa,
que se dirigen a Juliaca. Y, muy cerca, hacia el Oeste, vivía otra
familia constituida por don José quien se dedicaba a la minería, trabaja en la
mina La Rinconada; la madre, doña Cristina, con su mandil lleno de dinero, era
comerciante y trabaja en la ciudad de Juliaca, y un jovencito, Ramiro, que ya había terminado su secundaria y que se
dedicaba a entretenerse con su celular.
Ellos solo estaban juntos el día domingo y se dedicaban a contar el
dinero del trabajo y, cuando el joven reclamaba a sus padres que lo apoyaran
para que estudiara en Puno alguna carrera, solo recibía esperanzas,
ofrecimientos y nada más.
-
Hijo,
a ti no te falta nada- le dijo un día el padre. Nosotros trabajamos para ti. Tú
solo vive, corre por los cerros, enamora, diviértete con tu celular, visita la
estancia y cuida los animalitos, porque
todo esto será para ti. Todo para ti. Ya se acerca la Navidad, cumplirás
dieciocho años, y te regalaremos una moto, la mejor moto que en Macusani nadie
ha visto. Tendrás la mejor ropa importada, buenas zapatillas y, para el verano,
queremos, tu madre y yo, vayas a Mollendo, a la playa. Ves, ten paciencia, ya
verás, hijo.
Un viernes, día de plaza, las calles
del damero de Macusani estaban llenas de gente. Nadie se miraba, pero sí se chocaban
entre sí. Solo tenían tiempo para mirarse de reojo
y les faltaba más tiempo para contar
el dinero de la venta de los productos, bienes, del ganado y de las comidas que
vendían. En el barrio Túpac Amaru, los viernes era un loquerío, A la hora del almuerzo, los platos iban por
las calles a los puestos de venta y, solo unos cuantos, los recogían de los
restaurantes, de los quioscos o triciclos. Este viernes Macusani despertó lleno de sol, los ganaderos con sus caros
sombreros y sus negras casacas de cuero, se reían a carcajada batiente tomando
cerveza bien heladita por el tiempo, y el ganado, en el suelo húmedo, seguían
batiendo musicalmente su boca, sin
conocer el destino que le deparaba.
Fue un lunes cuando Ramiro y
Francisca se conocieron en un restaurante recogiendo su almuerzo. Se miraron y
se dijeron hola cómo estás y recordaron que eran vecinos. Se vieron animados,
seguros, y no se puede negar que aceptaron encontrarse el viernes a las cinco
de la tarde en la plaza principal.
-
Y
tú que has pensado…
-
Que
mis padres me tienen casi secuestrado.
-
¿Ellos
a ti..? ¡No! ¡Jamás!
-
¿Cómo
que no?
-
A
ver…¿ a quién le pertenece tu vida?
-
A
mí- contestó él, apresuradamente
-
Entonces
tú eres el que tiene secuestrado tu cuerpo, tu mente, tu vida… No son tus
padres
Ramiro, en su cama y en el silencio
de la noche, quedó pensativo. Estaba claro, muy claro. Ël es el responsable de
su vida, por lo tanto, el único amo es él, no sus padres; además estaba
responsabilizando a otros de sus pesares y eso no era digno de tener presente
si quería lograr lo que él quería. Y así daban vueltas en su cabeza estos
pensamientos. Decía, esta chica es inteligente y sabia. Si es así, por qué no
vive en otro lugar, en otros mejores mundos. Yo creo que si viviera en Lima o
en la costa, de seguro, sería una buena profesional, como yo quiero ser y que
mis padres me lo niegan diciendo que yo tendré mucho dinero que ellos
ganan…¡Diablos!..¡Sí! Como no lo pensé antes. Yo podría enamorarla, verdad…¡Qué
tonto soy! Me encanta su naricita y si yo le comprara unos vestiditos, la
pondría okey, verdad…Claro, sí, y con su propio pensamiento, de sí se puede, de
que yo soy dueño de mi propio destino, sí, con sus propias armas, de seguro, la
conseguiré, y, como sabe que mis padres tienen dinero, oh, sí, sí…
Pasaron unos meses y el gobierno
conminó a la población que permaneciera en sus casas, por miedo a la temible
COBID 19. El ejército patrullaba las
calles de la ciudad y los heraldos negros se llevaban a las personas por
millares a sus destinos finales. Los negocios medianos y pequeños quebraron; la
gente pobre se empobreció más; los políticos, los grandes empresarios
extendieron sus redes de la corrupción a grande escala con el grito de los
polluelos de la prensa, la iglesia y de los indiferentes. Los protocolos como
el distanciamiento social y el uso de las mascarillas que era la comidilla del día a día superaron los
suspiros del corazón y de las rosas rojas.
En la primavera, cerca del edificio
del Concejo Provincial, se encontraron Ramiro y Francisca. Sus rostros tenían
un color blanco muy pálido, como nieve pisada por ganado. Se saludaron con las
cabezas, arriba para abajo. Las mascarillas se movían temerosas y el sonido de
las palabras era tenebroso. Ramiro no podía ver esa naricita bonita de Francisca
que tanto le gustaba y que tantas veces soñó besándola amorosamente.
-
Es
una gran pena y lo siento por ti, que tus papis, hayan fallecido.
-
De
igual manera por tu padre- dijo él, y continuó- y qué harás, ahora…
-
Sabes,
pensé en ti…
-
En
mí...¿pensaste en mí?
-
Sí…Sí…
-
Y
qué pensaste de mí, puedo saberlo…
-
Claro,
sí… que sin tus padres, debes estar ya preparado para enfrentar la vida solo,
solito como antes no lo hacías…
-
Tú
me hiciste pensar. Llegaste como un ángel antes de esta catástrofe. Eres mi
salvación. Entendí que mi vida me pertenecía, que yo era dueño de mi vida, que
yo debería manejarla y, por lo tanto, deberías estar preparado.
-
¡Oh!
¡Sí!... ¡Qué bien!
-
Entendí
lo de la muerte, que es un paso a la vida eterna y que, jamás, debe derrotarme.
Y sabes, Francis, que yo quería verte para agradecerte.
-
Lo
último que me has dicho, sí que es una estupidez…una verdadera estupidez
-
No,
no te molestes, por favor…
-
Sucede
que yo no quiero agradecimiento alguno. Te lo dije, porque vi que tu vida no
tenía rumbo alguno, cuando ponías a tus padres como barreras para desarrollarte
y, eso, sí era malo. Solo tú eres el capitán de tu barco. Si llega al punto de
llegada, felicitaciones; pero, si no llega, tú, solo tú, eres el responsable
único, y punto.
-
Sí,
sí lo entiendo- dijo apresuradamente Ramiro.
-
Y
quiero de todo corazón que entiendas esto: ante el dolor y la nada, prefiere el
dolor. Debes vivir conforme a la naturaleza, es decir, debes ser social y debes
saber razonar. Los andinos somos seres humanos y tenemos también un lugar en el mundo. Cuida tu mirada. Eres
los ojos de la verdad. Recuerda que solo hay un mal, y eso se llama ignorancia,
por lo tanto, lee, lee, Ramiro. ¡Ah!, y
ya sabes dónde encontrarme.
-
¡Dónde,
Francis? ¿Dónde?..
-
Siempre
estaré contigo en tu presente…
Y se retiró con pasos ágiles,
acomodándose la mascarilla.
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